Los canales de formación de este ensayo, En el abismo de la creación, se empezaron a abrir en la década de los setenta con la lectura de la novela voluminosa de Marcel Proust, En busca del tiempo perdido, de La metamorfosis, los diarios y la correspondencia de Franz Kafka, y más tarde se cerró el círculo con varias lecturas del Ulises de James Joyce. A nadie le debería sorprender que un filósofo en formación se interesara por la novela y que posteriormente asumiera la necesidad de acotar un espacio propio para el estudio y la interpretación filosófico-antropológica de la literatura.
Estas tres novelas pueden atraer la atención de cualquier persona por el mero hecho de ser grandes monumentos de la cultura occidental y además tienen la ventaja de proporcionarnos una información relevante sobre los problemas que acuciaban al hombre de la primera parte del siglo XX. Como decía Milan Kundera, el novelista se propone ser un explorador de los enigmas más acuciantes de la existencia. Todas las novelas nos ofrecen la posibilidad de acceder hasta el fondo del hombre. Y si el novelista se convertía de esta forma en una especie de antropólogo intuitivo que exploraba el sentido complejo de la vida, la originalidad de este ensayo consistía en enfrentarse a la obra y centrar la lectura para llegar hasta el origen de la escritura y alumbrar la esfera del sujeto creador.
El laberinto de las calles de Dublín, la vida en los salones de la alta sociedad parisina o la metamorfosis angustiosa les permitía a los novelistas adentrarse en los abismos del tiempo y los abría al ensayo no solo del análisis de los distintos niveles del texto, sino también a la posibilidad de buscar entre los hilos de la narración para llegar hasta la fuente de la creatividad literaria. En la elaboración de este ensayo se produjo un desplazamiento desde la esfera del análisis textual hasta el ámbito de una antropología liminar que pretendía desvelar los circuitos que consiguen convertir las pulsiones del inconsciente en la trama narrativa.