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JOYCE, PROUST, KAFKA

 

DESDE EL UMBRAL

Es difícil saber cuándo se empieza a escribir un libro. Un recuerdo, una imagen, una palabra olvidada o una inquietud inician los surcos de un pensamiento que hasta entonces no se había abierto. Los canales de este ensayo empezaron a gestarse hace tiempo, en la década de los setenta y los ochenta, con la lectura de La metamorfosis, la correspondencia y los diarios de Kafka; se prolongó en la lectura de las innumerables páginas de la novela de Marcel Proust, En busca del tiempo perdido; y terminó de tomar forma con la lectura repetida del Ulises de James Joyce a partir del verano de 2008.

La redacción de notas y escritos, que se fueron acumulando durante varios años, acotó un espacio para pensar en torno a tres novelas que nos aportaban una información relevante sobre la vida íntima de estos tres novelistas y nos permitían acceder a la experiencia de la creatividad.

El novelista, como decía Milan Kundera, es un explorador de la existencia. Si la aventura de la novela y el arte de la narración se habían desvelado como una exploración del sentido del ser humano, la lectura sistemática de estas obras nos permitía acceder a documentos inapreciables para descubrir esferas desconocidas e inexploradas de la vida. Cada una de las novelas nos proporcionaba formas distintas de explorar el mundo, de acceder a la realidad y de sumergirnos en el fondo del hombre.

Es en el transcurso de la interpretación donde se establecieron las líneas invisibles del pensar. En los meandros de la escritura espontánea que brotaba a partir de la lectura se vislumbraban las líneas de un ensayo con perspectivas distintas que se podían yuxtaponer y superponer, pero que también encontraban lazos íntimos de unión entre sí y nos enfrentaban al enigma de la creatividad. La estructura de este ensayo se impuso a partir de una reflexión que se movía entre lo literario, lo narrativo, el pensamiento filosófico y antropológico, cómplices en la apertura del camino, en la configuración de un pensamiento que se proponía reflexionar sobre el pensar y una escritura que se planteaba los secretos de la escritura.

La vida del escritor, de Joyce, Proust o Kafka, está constituida por una paradoja: la de una persona que ha de dedicarse a la literatura y resistir los embates de la vida; la de una escritura que procede de alguien y de nadie, porque se presenta como el fruto de la voluntad y del yo consciente, pero también depende de la involuntariedad y del inconsciente.

Algo había de complejo en la escritura de un ensayo que nos obligaba a atender niveles muy distintos de la realidad. El laberinto de Dublín, la vida en los salones parisinos o los meandros de la angustiosa existencia eran los motivos para desvelar una realidad no explorada por la filosofía. La lectura del Ulises nos permitía asomarnos al abismo del presente; la lectura de En busca del tiempo perdido nos ofrecía los abismos del pasado y la memoria; la obra de Franz Kafka presentaba el tiempo empantanado y la ciénaga de la angustia que ha de soportar un individuo aplastado por la burocracia, el trabajo y la vida familiar.

El mundo de la novela nos ha ofrecido durante los últimos siglos múltiples perspectivas de la realidad, una diversidad inabarcable de personajes e identidades, así como la posibilidad de asumir el sujeto desde la complejidad. La realidad que se desvela en estas novelas lleva el sello y la marca inscrita de la ambigüedad, la incertidumbre y la heterogeneidad.

En ningún momento hemos intentado hacer una teoría de la novela, el estudio de la composición de los temas, los personajes o la estructura narrativa, aunque en algunos casos nos hayamos visto obligados a hacerlo. Más bien, nos hemos movido en los límites de una especie de antropología liminar. Hemos intentado conocer cuáles son los canales de la mente que funcionan en los procesos creativos, la intimidad del sujeto creador, la desvelación de las potencias precognitivas y prerreflexivas. En estas lecturas nos proponíamos la aventura de interpretar la vida oculta y subterránea, alumbrar el mundo oscuro del que brotan las palabras. La perspectiva del ensayo se establece de tal forma que, al leer a Joyce, Proust y Kafka, se pueda conocer la vida del creador, el momento anterior a la escritura.

Todas las novelas, como dice Kundera, en la medida en que crean seres imaginarios, sondean los enigmas del yo y se orientan hacia el mundo interior. Joyce analiza de una manera exhaustiva el presente, le pone el microscopio al instante fugaz, usa una lente poderosa que multiplica la extensión y la duración hasta el punto de disolver el día en una serie temporal interminable. El novelista le confirió a Bloom la posibilidad de narrar las peripecias mínimas, las pequeñas sensaciones y las minucias de un mundo que pasan inadvertidas para la mirada que está construida desde el hábito y la costumbre.

En el caso del Ulises, no se trataba de explorar la memoria, sino de exponer cada una de las horas y los segundos del día, como si fuera un gran continente que todavía estaba por explorar. La narración desvela el mundo que aporta cada una de las horas; manifiesta y desvela un presente continuo y eterno. En este caso es la memoria puesta al servicio de la construcción de un presente inmenso, banal y rutinario. No asume la tarea de narrar la vida fascinante de los personajes fantásticos de los salones de la alta sociedad de París, sino los instantes de la vida ordinaria en la ciudad de Dublín.

Uno de los objetivos de Marcel Proust consistía en aplicar a la vida un telescopio que le permitiera saber cómo brotan del inconsciente las pulsiones, las imágenes, las vivencias y las experiencias. O situarse de tal forma que pudiera sorprenderlas en el momento de desvelarse. La obra de Proust plantea la posibilidad de bucear en los grandes tesoros de la memoria. La reconstrucción del mundo de los salones de la alta sociedad parisina representaba una mera excusa para narrar la aventura personal e íntima del escritor. En la totalidad de En busca del tiempo perdido ha intentado desvelar el caudaloso fluir del tiempo, da cuenta de un proceso temporal en que los personajes cambian y envejecen. La naturaleza le proporciona al novelista la posibilidad de crear una obra con la transformación de las personas que asistían a los salones que frecuentaba.

La ventaja de leer esta novela es que la narración contenía una reflexión continua, sistemática y abierta, bajo los cánones de la escritura literaria, acerca del tiempo, la memoria, la existencia, la identidad y la creatividad. Su obra da cuenta del sujeto viviente, sometido a la pasión del amor, a la fuerza de la angustia y la amargura. El deseo se agota en el vacío de la conciencia, en la insatisfacción y la desdicha. El tiempo, lejos de ser el canal del desarrollo y la realización personal, se desvela como la fuente del dolor, el sufrimiento y, en el mejor de los casos, el olvido. Y en ese ámbito, en las ruinas del tiempo, con el poder limitado del deseo, el efecto vidrioso de los celos y la fe inagotable de la memoria, el escritor se propone ‘recuperar el tiempo perdido’ a través del arte.

Como había dicho Kundera, Gustave Flaubert había descubierto un tema absolutamente nuevo: el aburrimiento de la cotidianidad. Enma Bovary se ve aplastada por el peso de la realidad de la vida cotidiana. James Joyce setenta años después construyó un gran monumento a la realidad cotidiana, logró estirar el día hasta el punto de lo interminable. Kafka se convirtió en un especialista en conocer la vida de un individuo aplastado por la burocracia, el trabajo y la realidad que le rodea, incluida la familia. La nada, la desdicha, la angustia, la soledad y la desesperación se convirtieron en los auténticos personajes de la escritura. La narración se dedicó a la exploración de una vida que naufraga.

Con el estilo sencillo del diario y las cartas, Kafka logra desvelar los abismos de la existencia, muestra un mundo nuevo y navega por aguas desconocidas. La aventura literaria está inmediatamente unida a las necesidades de la vida más sencilla y ordinaria. La narración kafkiana consigue construir un espacio pantanoso, un aire viciado en el que predomina la soledad insuperable. En el caso del autor de La metamorfosis es la experiencia de la angustia, el dolor y el sufrimiento la que le concedió la oportunidad de presentarse ante los demás con lo que tenía de peculiar y singular. Al emerger lo más profundo de la persona, brota la singularidad de la voz del escritor, y lo convierte en un ser único.

Cada una de las novelas tiene sus peculiaridades y sus estructuras absolutamente diferenciadas. Joyce consigue construir una novela poliédrica en la que cada capítulo tiene un nivel de narración distinto y asume una perspectiva diferente del mundo. Proust escribe una novela lineal, con un nivel de escritura más homogéneo, pero la narración desfonda la realidad para mostrar el abismo de la memoria, el amor, los celos y las identidades complejas. Kafka ofrece la historia de una persona que se convierte en un insecto, lo que representa la soledad del individuo.

Aun siendo tan diferentes, quedaban unidas por el interés del ensayo en llegar hasta la experiencia de la escritura. No se trataba de ningún intento de reducir la creación literaria a los mecanismos psicológicos del autor, de hablar, como se ha hecho, del sujeto psicótico, del complejo de Edipo o de la sugerencia de un posible síndrome de Asperger, diagnósticos tipificados con los que se suaviza o incluso se anula el carácter singular y corrosivo de sus obras. El haberle dado el sentido de reflexión antropológica procede de la necesidad de búsqueda etnográfica en las páginas de las novelas, en la intención de contrastar los textos con la experiencia subjetiva y creadora del escritor.

El narrador se ve obligado a reconocerse en la trama de un día interminable, en la historia de una vida y una vocación o en la alegoría de la metamorfosis; pero, en la medida en que el sujeto se desvela, se convierte en opaco, se pierde en la madeja luminosa del lenguaje. El ejercicio literario de estos tres novelistas nos ofrecía la posibilidad de plantearnos el tema de la escritura y la creación como se lo planteaba Joyce de una manera tangencial, pero como se lo plantean de forma central Proust y Kafka. En la lectura privilegiada de estos escritores nos ofrecía la experiencia de la literatura, del arte de narrar, la necesidad de escribir y los mecanismos de la creatividad desde el interior, tal como se manifiesta en las novelas. Tal vez una de las virtudes del autor de La metamorfosis consista en haber expuesto la existencia de un sujeto desolado, roído por la angustia, la soledad y la impotencia, haber desvelado la trama de una vida tortuosa que se enreda en los hilos del lenguaje y en el discurrir de la narración.