El filósofo, como decía Gilles Deleuze, es un creador de ideas. Esta Historia de la Filosofía es un relato sobre los intentos históricos de dirigirse a los hechos, de extraer de ellos su significado y de convertirlos en ideas.
El pensamiento filosófico, y su historia, no se puede reducir a ser una simple galería de pensadores, no se puede reducir a la sucesión más o menos coherente de los grandes maestros. Al reconstruir la generación y el desarrollo de la filosofía la hemos intentado asumir como la herencia que impulsa una nueva forma de pensamiento, la base de nuestra concepción del mundo y de nuestra conciencia, porque, como decía Descartes, es lo mismo tener los ojos cerrados que vivir sin filosofía.
El recorrido a través de veintiséis siglos debería proporcionar una idea al lector de la complejidad de la filosofía. La mente creadora del filósofo ha de ser capaz de imaginar una variedad de mundos posibles, buscar alternativas, pensar la complejidad de la realidad por encima de la capacidad del que solo se limita a levantar acta de lo acontecido. La aventura no puede terminar al cerrar el libro. El lector tiene que pensar y arriesgarse por el camino del pensamiento. En esa aventura no hay garantías. Como decía Ortega, no estamos asegurados en la compañía de seguros del Progreso, en la Equitativa de la Historia. Si todo estuviera controlado, si el error no fuera posible, si no quedara un resto inexplicable, si la inteligencia no asumiera riesgos, no habría pensamiento.