La evolución de la mente. Del Australopithecus al género Homo
Para comprender cómo y cuándo apareció el hombre en la Tierra, es necesario aceptar que no surgió de la naturaleza como existe en la actualidad, sino que se formó de una manera gradual en el proceso de hominización. Es más, el desorden y la complejidad de este proceso nos obliga a pensar que la naturaleza no se propuso crear al hombre. La evolución lo ha ido componiendo y recomponiendo a base de cambios y variaciones, de avances y retrocesos. De hecho, la aparición de los homínidos y del hombre moderno, comparado con el periodo de formación del universo, de la vida, de los vertebrados, los mamíferos y los primates solo representa la última de las gotas de agua de la última ola que se acerca a la playa desde la inmensidad del océano.
La teoría de la evolución es una de las teorías más firmes de la ciencia. Aun así, todavía nos podemos encontrar con muchos problemas al interpretar la evolución de la mente. Nadie duda de que el aparato respiratorio y el aparato digestivo del hombre provengan de otras especies, que sea similar al de los demás primates, pero cuesta mucho aceptar que la mente, la facultad del lenguaje, la capacidad de fabricar herramientas, la moral, el sistema de ordenación de la diversidad sexual y del sentimiento religioso se hayan formado en el proceso evolutivo. Somos materia dentro de la materia, naturaleza en la naturaleza; formamos un todo solidario con el mundo animal. Y es evidente que considerarnos desde esta perspectiva nos permite recuperar el sentido real de nuestra verdadera dignidad.
La mente humana procede de otros animales y comparte la estructura con el resto de los animales y de los primates. Joseph Le Doux confirmó que la estructura cerebral del miedo es la misma en las ratas y en los simios. Semir Zeki, especialista referente en el sistema del procesamiento de la visión, reconocía que los mecanismos cerebrales que procesan la visión en el hombre proceden de la evolución.
La naturaleza no ha diseñado la mente humana desde la nada. La mente de los homínidos formaba un sistema ordenado de conocimientos, destrezas y habilidades, una capacidad para conocer el medio en el que vivían y para gestionar las relaciones sociales que ya existían en los otros primates, y posiblemente en un antepasado común a los homínidos y a los chimpancés antes de que separaran hace unos seis millones de años. El cerebro de los animales estaba preparado para conocer la realidad y para cartografiar los mapas de las zonas donde habitaban. La hormiga Cataglyphis bicolor salía a buscar alimento dando vueltas pero siempre volvía en línea recta al hormiguero. Si el australopiteco hubiera tenido que improvisar cada día para obtener los alimentos, no habría sobrevivido durante un periodo tan largo de tiempo. Los animales disponen de un conocimiento de las plantas medicinales. Las elefantas, cuando van a parir, comen en abundancia las hojas de un árbol que les acelera el parto. Las mujeres de los alrededores hacen lo mismo.
Hasta hace relativamente poco se creía que los animales no tenían una vida social estructurada. Las investigaciones de Frans de Waal demostraron que en el grupo de chimpancés del zoológico que él dirigía se entablaban coaliciones, alianzas cambiantes, estrategias, liderazgo, luchas y reconciliaciones, lo que reconocía su carácter social y político. Robert Millar y Marc Hauser hicieron un experimento: unos monos tenían que tirar de una cadena para obtener la comida pero, al tirar, producían una descarga eléctrica sobre un compañero. Lo que consiguieron demostrar es que estos monos permanecieron varios días sin comer para no producir daño a sus congéneres. Las investigaciones de Gordon Gallup, que anestesió ligeramente a unos chimpancés y les pintó un círculo rojo en la frente, demostraron que reconocían el cambio que se había dado en sus caras y que tienen conciencia de sí mismos.
Todo parece indicar que la socialidad y el altruismo existen en el mundo animal, que en la naturaleza no rige el principio de todos contra todos, que un sentimiento de solidaridad los lleva a repartir la carne cuando cazan, que entre los animales se genera la piedad, la compasión y el sentimiento de culpa.
Existe un tópico muy extendido según el que se le atribuye el uso y la fabricación de herramientas al Homo habilis. Y aunque sea verdad en cierto sentido, no se puede olvidar que los chimpancés usan piedras para partir las nueces, que limpian las ramas para pescar hormigas y termitas, que fabrican sandalias para subir a las ceibas y comer sus frutos sin pincharse. Por tanto, no se puede negar que los australopitecos usaran las piedras para triturar las semillas que tuvieran un repertorio de herramientas para sobrevivir en un medio tan complicado y peligroso como la sabana.
Lo mismo que con las demás habilidades y destrezas hemos de recordar que las abejas, que tienen un cerebro diminuto, cuando vuelven a la colmena les comunican a sus compañeras en qué dirección y a qué distancia hay un seto de flores apetitosas; según las investigaciones de Seyfarth y Cheney, los cercopitecos disponen de un sistema de comunicación con varias llamadas diferentes para avisar de distintos tipos de predadores; los chimpancés adiestrados han logrado emitir algo más de cien frases distintas. La evolución del lenguaje se ha producido en la línea compleja que va desde el australopiteco hasta el género Homo con procesos como el hecho de que la laringe quedara en una posición más baja, que se formara un aparato fonador con mayor capacidad de articulación de los sonidos y que el área de Wernicke y el área de Broca se especializaran en el procesamiento del lenguaje.
Para terminar, podemos afirmar que el hombre ha adquirido en el proceso evolutivo la bipedación, el desarrollo del cerebro, todos los atributos que caracterizan la humanización, la singularidad del ser humano, la facultad del lenguaje, la expresión artística, la conciencia moral, el pensamiento simbólico, la sacralización de la naturaleza, la divinización de los animales y la invención de los dioses.