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TRÁNSITOS. EN TORNO A LA TRANSEXUALIDAD INFANTIL

 

EN TORNO A LA TRANSEXUALIDAD INFANTIL

 

La aparición de las familias de menores transexuales en 2013, reunidas en torno a Chrysallis, que empezó a defender los derechos de sus hijos, consiguió un impacto en la sociedad española de proporciones gigantescas e inauguró una revolución social de potencia considerable. Este movimiento se convirtió en un reto intelectual para todos los profesionales que tenían alguna relación con los estudios sobre el sexo y el género, aunque no todos reaccionaron con la rapidez y la eficacia que se necesitaba.

Desde que entré en contacto con este movimiento, tuve la seguridad de que la información necesaria para estudiar y comprender la transexualidad infantil era aquella de la que disponían las familias. Cuando me decidí a escribir Infancia y transexualidad sabía que mi trabajo consistía en leer e investigar sobre las narraciones que las madres colgaban en la Web de Chrysallis, que publicaban en los periódicos, contaban en las radios y en las televisiones en forma de entrevistas, e incluso en un libro en el que una madre contaba la experiencia que había vivido con su hija, El libro de Daniela. Como no podía ir con una grabadora a realizar entrevistas a las familias que se diseminaban por todo el territorio nacional, tuve que esperar de forma paciente a que llegaran estas narraciones con un ritmo que yo no podía controlar.

Acabo de leer Tránsitos: comprender la transexualidad infantil y juvenil a través de los relatos de madres y padres, un libro que se ha gestado en Naizen, una asociación de familiares de menores transexuales de Euskal Herria, un libro en el que se recogen los relatos de las madres y los padres acerca de la experiencia vivida en veinticinco familias de niñas y niños transexuales. Las narraciones nos ofrecen el testimonio del sufrimiento y el desconcierto que se produce en las familias hasta que logran aceptar a sus hijas e hijos tal como son. En el momento en que los aceptan, en los menores de la nueva generación se produce una trasformación radical , pero la vida de sus familias también se ve sometida a un cambio en todos los aspectos de sus valores y sus creencias.

En este libro Aingeru Mayor, una persona que, como padre, activista y sexólogo, tiene una experiencia y una información privilegiada y relevante, ha reunido veinticinco relatos que dan fe de la experiencia vivida por los menores y sus familias, y además ha logrado hacer un análisis detallado de esos relatos. Además, contiene un prólogo de Aitzole Araneta y, en el análisis de los relatos, una breve reflexión de Bea Sever en un artículo que lleva como título, Más allá de estos relatos. Es un libro que viene a cubrir un hueco que era necesario llenar.

 

El tránsito social

Desde que los menores dan las primeras muestras de su singularidad hasta que sus familiares los aceptan se da un proceso más o menos largo, dependiendo de las circunstancias. A partir de los relatos y del análisis en este libro se ha conseguido tipificar las etapas distintas del proceso que culminaban con la colaboración de los familiares y el traslado de la solución al colegio y al entorno. La aventura y la revolución social y cultural que se ha llevado a cabo en las asociaciones de familiares consiste en haber cambiado la perspectiva, el punto de vista y la mirada de la familia y de la sociedad. En esto consiste el tránsito, tal como lo entiende el autor del libro. “Para comprender este proceso, es importante caer en la cuenta de que el tránsito no es tanto algo que realiza la chica o el chico en cuestión, sino que principalmente lo hacen los demás y se trata, sobre todo, de un tránsito en la mirada y en la percepción de los demás”.

En estos relatos se recoge la información etnográfica necesaria para comprender los entresijos de la transexualidad infantil: las vivencias de las niñas y los niños, las líneas de comportamiento con patrones de conducta que se repiten en casi todos los casos; la repercusión que el proceso ha tenido en las familias, el rechazo, la desorientación, el sufrimiento, la aceptación y el sentimiento de culpabilidad por no haber aceptado a sus hijos antes; se trata también  la relación de las familias con los profesionales como los pediatras y los psicólogos que son los primeros a los que consultan ante el descubrimiento de lo que está pasando en el seno familiar.

El punto de partida de este libro es interesante: asumir la importancia de las experiencias vividas en el núcleo familiar más íntimo y expresarlas a través de un ejercicio literario controlado. De esta forma, se ha conseguido mantener un archivo que permite a cualquier profesional o a las familias interesadas una información de las experiencias vitales que de otra manera sería prácticamente imposible de obtener y que se perderían. Las madres, y muy pocos padres, se convirtieron así en informantes fiables, porque habían vivido en primera persona la aventura de unas niñas y niños de los que hasta hace muy poco tiempo no teníamos ni siquiera el conocimiento de su existencia. Parecía que las personas transexuales empezaban a vivir cuando eran ya adultos y la experiencia narrada en estos relatos nos desvela la trama de una vida intensa que había estado siempre oculta. Si además de ser testigos del proceso, logran construir unos relatos que están especialmente impulsados por la emoción, podemos encontrar unas narraciones que tienen también un valor literario inequívoco.

 

Patrones de conducta

La experiencia acumulada durante estos años demuestra que el proceso de desarrollo que han desvelado las madres y los padres de Naizen coincide con el que yo mismo había detectado y el que se produce en otros países como Inglaterra y  Argentina. No puede ser una casualidad que las niñas y los niños, a una edad tan temprana, afirmen una identidad sexual contraria a la que les atribuyeron al nacer y que va también en contra del proceso de socialización de género al que se les había sometido en sus primeros años de vida. No es casual que una gran mayoría de niñas se pongan camisetas o toallas en la cabeza para simular que tienen de una larga melena; ni que disfruten poniéndose las ropas de sus hermanas, de sus madres o de sus abuelas y usen los juguetes apropiados a sus gustos. Es curioso que a casi todas las niñas les guste el pelo largo. En más de un caso conozco el gusto, señalado en Tránsitos, por una muñeca como Rapunzel. Y, al escribir La transexualidad en el mundo mágico de La Sirenita, tuve la oportunidad de conocer que Sirenita se había convertido en un símbolo para muchas niñas y muchas mujeres trans. En uno de los relatos, una niña le pregunta a su madre cuándo se le va a caer el pitilín. Y yo conozco a una niña que le había preguntado a su madre algo muy parecido: “¿cuándo se te cayó el pito a ti, mamá?”. De la misma manera, los niños piden de una forma insistente que los vistan como les corresponde, que les corten el pelo según el uso que ellos consideran masculino y que les regalen los juguetes propios de su sexo y género. Es una forma clara de reconocer su identidad y desvelar su conciencia, al margen de cualquier estereotipo.

Una de las cuestiones generalizadas, y que funciona como un patrón de conducta, es que tanto las niñas como los niños corrijan a sus padres, familiares y conocidos y les pidan que las traten en femenino o en masculino en función del sexo sentido. “No estoy guapo, estoy guapa” o “no estoy guapa, estoy guapo”. Y no solo es cuestión del estar, sino de ser: “Yo no soy un niño, soy una niña”, “no soy una niña, soy un niño”.

En el proceso de desarrollo de la transexualidad en la infancia se puede encontrar una serie de ritos de paso que se repiten de una forma espontánea en una gran mayoría de las niñas y los niños trans y que determinan momentos reveladores del viaje y la aventura vital que han emprendido. Estos ritos nos desvelan a una persona que no conocíamos y que son representativos dentro del proceso del tránsito social. Podemos encontrar entre estos ritos, no institucionalizados, pero que se repiten, el paso por la peluquería, la visita al centro comercial para comprar la ropa adecuada, la renovación del armario o el cambio de nombre.

He leído el caso de un niño al que le molestaba que sus hermanos le dijeran, “Alaia es tonta”, pero no se enfadaba porque le dijeran “tonta”, sino porque no se lo dijeran en masculino; le molestaba que la trataran en femenino y que no la llamaran Ander. Como indica Aingeru Mayor, una niña de cuatro años dejó de hablar en euskera, su lengua materna, porque no tiene marcas de género, para hablar en español y poder manifestar de una forma clara el sexo y el género que le correspondía. El interés consiste en demostrar de una forma clara y evidente el nivel tan elevado de conciencia de identidad que puede alcanzar una niña de esa edad.

 

Conciencia de la transexualidad en la infancia

Es relativamente fácil encontrarse con personas que no creen posible que un niño de tan corta edad, entre los tres y los seis años, pudiera tener conciencia de su identidad sexual. Existía el tópico entre los especialistas en Psicología evolutiva que la identidad sexual se empezaba a establecer a partir de los siete años y solo se consolidaba de una forma definitiva en la adolescencia. No debería sorprender a nadie que exista conciencia de la identidad sexual a tan corta edad y que se pueda manifestar, antes incluso de aprender a hablar. En las niñas y niños trans se manifiesta de una forma más clara que en los niños y niñas cis, porque están sometidos a una presión absolutamente distinta que amenaza con destrozar su persona. El reconocimiento de su identidad no es un juego ni responde a una simple curiosidad, sino que se manifiesta como la realidad fundamental de su vida. Desde el momento en que empiezan a hablar se refieren a sí mismos con el género que les corresponde, porque de esta forma tratan de quitarse de encima un peso que no los deja vivir.

En uno de los relatos, ante las dudas y las vacilaciones de su madre que no deja de preguntarle si está segura de quién es y de cómo se quiere llamar, una niña de cinco años le contesta afirmando su nombre y su identidad de una forma rotunda y contundente: “Me llamo Nerea, ama, igual que ayer. ¿Por qué me lo preguntas otra vez? Yo soy una niña, y eso no va a cambiar nunca. Voy a ser una niña hasta que me muera”. No se puede tener más claro ni se puede alcanzar un nivel de conciencia de sí misma más lúcida. Y con esta contestación deja un aviso sobre su propia conciencia para que a nadie le quepan dudas: no es un estado pasajero; no existe reversión posible.

Una noche me llegó un mensaje de Whatsapp con un documento en el que un niño trans de ocho años había escrito un texto sin que nadie se lo hubiera pedido, un texto que venía con el formato del verso. “Yo soy un niño. Digan lo que digan. Que se metan conmigo, que me digan travesti y me pregunten lo que tengo entre las piernas, nadie me quita ser un niño. Con la gente que te apoya te sientes bien. Un beso para todos ellos. Y lo más importante, da igual lo que tengas entre las piernas. Eso no te quita ser un niño o una niña”. No hay ningún psicólogo ni médico ni juez que pueda dudar de su identidad. Este niño sabía quién era, cuál era su identidad; conocía las normas de género, porque se la habían grabado en la piel a fuego; conocía la sanción que le correspondía por no responder a la norma impuesta; conocía que no hay una relación inmediata y simple entre los genitales y la identidad sexual y de género; conocía con detalle la situación de marginación en la que vivía, y respondía de una forma muy valiente afirmando su identidad por encima de todo lo demás.

Entre los elementos fundamentales de la conciencia de las niñas y los niños trans podemos considerar la manera de asumir cuál es el nombre. Uno de los elementos sorprendentes del tránsito social es que, cuando se manifiestan abiertamente ante su familia, ya suelen disponer del nombre con que quieren que los llamen. No necesitan ningún chamán que se lo desvele. En los relatos que acabo de leer he descubierto dos casos que yo no me había encontrado: que alguien mantenga el mismo nombre sin necesidad de cambiarlo. Hay que tomar nota.

 

Disforia de género

El discurso biomédico identifica la transexualidad con la disforia de género. Pero la investigación sobre la infancia trans nos ha demostrado que esta idea de la medicina es absolutamente arbitraria e injustificable. Lo que hemos conocido al revisar las experiencias vitales de los menores transexuales es que el malestar se produce porque se enfrentan a un muro casi imposible de escalar, por la ansiedad que sufren ante la incapacidad de sentirse comprendidos y aceptados por sus familias y por su entorno. Para conocer el sufrimiento que se genera en sus vidas basta con leer el drama que supone cada mañana vestirlos con ropas que no son las que consideran suyas y que nos les corresponden. Es más, el sufrimiento los convierte en seres airados, con dificultades en la atención, con problemas en el sueño y en las relaciones sociales; los convierte en seres agresivos, tristes, apesadumbrados y solitarios.

Y, aun así, lo que más sorprende es que, cuando se les acepta y se les acompaña a edades tempranas, desaparezca el malestar y el sufrimiento. Esto nos demuestra que la disforia no es intrínseca a las niñas y los niños trans, que solo existe mientras son rechazados y que en el momento en que se les acepta se acaba el malestar. O, dicho de otra forma, el malestar proviene del rechazo social. Nadie puede demostrar que la disforia vaya unida de forma intrínseca y necesaria a la transexualidad; nadie puede demostrar que en las personas transexuales exista incongruencia de género.

 

De la infancia a la adolescencia

A estudiar el desarrollo de la transexualidad, una de las cuestiones que parece fundamental es que, conforme más largo sea el periodo de negación de los menores y más tiempo se tarde en aceptarlos y acompañarlos, mayor será el sufrimiento y mayor será el daño que pueden tener. Al periodo de latencia, en que a las niñas y a los niños no se les considere en función de su sexo sentido como propio, hay que añadir la violencia del proceso de negación de su identidad. De nada sirve la estrategia de la espera que se recomienda en las Unidades de Género a los padres de Izan y de Mikele.

Con la llegada de la adolescencia y los cambios hormonales se agrava la situación y se fortalece el rechazo de su propio cuerpo. No es fácil la vida de un menor transexual si no dispone de la ayuda de la familia y de su entorno. Durante la pubertad y la adolescencia su estado se agrava por los cambios de su cuerpo, se agudizan los problemas con la alimentación, el sufrimiento se somatiza en forma de vómitos, dolores de cabeza y de estómago, se afianzan los estados depresivos y se juega de forma peligrosa con la idea del suicidio. No tiene mucho sentido para ellos la expresión de “salir del armario”. La vida de los jóvenes transexuales, que no son apoyados ni acompañados, no se desarrolla en los armarios, sino en cárceles sociales, siniestras y lúgubres, donde se incrementa a diario la angustia y la ansiedad. Es muy dura la resistencia que han de soportar, el sufrimiento que han de resistir y el daño que puede sufrir su identidad. A veces, es imposible soportar el peso con el que se les carga y existe el riesgo de que se rompan.

Es una obligación de todos nosotros acompañar a las familias y a los menores trans, colaborar en este proceso de lucha y liberación, porque su lucha es fundamental para la defensa de la igualdad y de los derechos humanos. Es absolutamente necesario que se eduque a los menores trans, se les enseñe a valorar y a amar su cuerpo. La función de las asociaciones de familiares, y la de Naizen con este libro, resulta fundamental para crear los vínculos sociales necesarios que fortalezcan los nuevos parámetros de una identidad social que no se ha consolidado todavía, para desactivar el malestar si existiera y fomentar así su capacidad de resiliencia.

Las nuevas generaciones de personas transexuales, acompañadas por sus familias, van a cambiar el mundo. No cabe duda. Es responsabilidad de todos nosotros que los niños y las niñas, que se abren a la vida como personas transexuales, no caigan en el pozo sin fondo de la patologización, de la disforia y del sufrimiento, que tengan las mismas oportunidades y puedan realizar su vida igual que el resto de sus compañeros y amigos.