En el orden complejo del pensamiento

El miedo a lo desconocido y las casas encantadas

 

 

Antes de empezar a construir el marco antropológico en el que considerar las casas encantadas, hemos de aceptar que el miedo es un simple mecanismo de defensa. La evolución ha configurado el cerebro para facilitar la reacción inmediata ante los peligros de la sabana. El circuito de la amígdala y el hipotálamo, a través de la secreción de adrenalina y noradrenalina, son los responsables de las reacciones fisiológicas del miedo. El pelo se eriza, se tensan los músculos y se incrementan los latidos del corazón. De esta forma, se prepara el cuerpo para la acción.

Gilbert Durand publicó en 1979 un libro que se titulaba Las estructuras antropológicas de lo imaginario. La aportación de este antropólogo francés consistió en haber descubierto que los arquetipos imaginarios, que se repiten en muchas culturas, disponen de una estructura binaria según los cuales se oponen el día y la noche, la luz y las sombras, lo elevado y lo bajo, el cielo y los ínferos. Estos arquetipos, que generan esquemas de ascensión y de descenso, nos permiten comprender que sea, dentro de este sistema de ordenación de lo imaginario, donde se mantenga el deseo del conocimiento racional, la creencia en la existencia de un universo ordenado y armónico, pero también la amenaza del caos y del abismo, la oscuridad, la noche y lo desconocido.

Teniendo en cuenta esto, no nos debe extrañar que el miedo a la noche y, por consiguiente, el miedo a lo desconocido sean prácticamente uno de los miedos más extendidos y que, entre todas las posibilidades de los símbolos nictomorfos, se encuentre, como un elemento fundamental, las tinieblas.

La noche, la oscuridad, las visiones tenebrosas y lo desconocido se constituyen en la sustancia maléfica y la epifanía dramática donde se desvelan nuestros miedos y nuestras inquietudes. Si la noche va unida a la depresión de la víspera con la caída del sol, la medianoche se presenta como la hora en que los monstruos infernales se apoderan de los cuerpos y las almas.

En el juego de las oposiciones binarias y en el proceso de la animación y la animalización de la naturaleza no podemos dejar de reseñar la formada por la serpiente y la paloma. No hay ninguna razón que logre explicar porque tantas personas afirman que uno de sus mayores temores es la serpiente. A no ser que pensemos en una razón evolutiva. Y a pesar de todo, también encarna el sentido positivo de la fertilidad. Incluso de alguna forma relacionada con la dinámica de las oposiciones, la divinidad habría de encarnar el carácter simbólico del orden y del control. Gustave Doré, pintor, escultor e ilustrador alsaciano, describía de una forma relevante la destrucción de Leviatán: “En ese día el Señor castigará con su espada, su espada feroz, grande y de gran alcance, a Leviatán la serpiente que se desliza, Leviatán la serpiente enrollada. Él destruirá al monstruo del mar”.

Y en el mismo proceso de animación se sacralizan partes de la naturaleza, incluidas las casas, y se animalizan las divinidades. Desde hace cientos de miles de años el hábitat se establecía en lugares fértiles con agua y con posibilidades de cazar. Desde su origen, por tanto, la caverna, la casa y el hogar son considerados como lugares seguros ante los peligros, como un refugio y un espacio con encanto, en torno al fuego que ofrece el calor del hogar, el símbolo del orden y la armonía, de la seguridad y de la intimidad. Lo cual no quiere decir que se alejen y se controlen los peligros.

En la profusión de los cambios aparecen en forma de casa, la tumba y el templo: el lugar al que se retorna después de muerto, la tierra que fecunda, y la casa en que el hombre se encuentra la divinidad. También se puede entender como morada sobre el agua, la barca y la nave que recogen el doble sentido de navegación y naufragio, de seguridad y peligro, pero también el arca que libra del castigo del diluvio que viene a redimir la decadencia de los humanos y que se repite en tantas culturas. No se puede olvidar que la gruta es uno de los símbolos más ricos de la imaginación, lo que da lugar a muchas de las ensoñaciones, pero también las oquedades se convierten en el ámbito de lo oscuro y de los peligros insospechados.

En función de los datos proporcionados por Gilbert Durand, nos movemos entre el lugar encantador, cálido, garantía de la armonía y de la felicidad, pero también el lugar en el que se trastoca el sentido de la existencia, la habitación cálida del burgués acomodado y la habitación de Van Gogh.

La casa no nos libera de la maldición ni del horror. El hombre no es solo Homo sapiens, sino que también es Homo demens. Johann Ludwig Tieck, hispanista alemán del romanticismo, expone con claridad la exposición del hombre que está sometido en el centro del hogar a la furia de las tempestades: “Tuve la impresión de que mi habitación era llevada conmigo a un espacio inmenso, negro, terrorífico (…) las riendas se escaparon de las manos, los caballos arrastraron mi coche en una loca carrera, sentí mis cabellos erizarse sobre mi cabeza y yo me precipité aullando en mi habitación”.

No nos puede extrañar que el folklore y las tradiciones populares hayan animado las casas y las hayan convertido en auténticos símbolos que puedan encajar en el orden de lo siniestro.