BlogEl arcoíris de la diversidad

El sistema de ordenación del sexo y el género como un sistema de dominio

Según Michel Foucault que el sexo no es la causa, sino el efecto del sistema del orden de la sexualidad y las relaciones de poder. Por eso al interpretar el sexo siempre se pueden encontrar las relaciones de dominio; se le observa atrapado en los lazos de un sistema normativo. La sexualidad no escapa a la coerción ni a la constitución de las reglas. Las estructuras profundas desde las que se ordena todo lo relativo al sexo se mezclan con un código y un sistema normativo, una gramática oculta y una sintaxis que rigen las relaciones del parentesco, la forma en que se organizan las familias, el estatus de las identidades sexuales, los roles de género, los principios, los valores y las normas que gobiernan la esfera de la sexualidad y el valor de los cuerpos.

Recurrimos al concepto de sistema social y cultural de ordenación del sexo para aceptar que, antes de que funcione nuestro conocimiento, antes de que pueda intervenir la persona a través de la voluntad en las cuestiones relativas a su sexualidad, ya funcionan los elementos de un sistema normativo que regula todas las esferas del sexo y el género. Nada nos impide pensar en la posibilidad de que exista una trama oculta y una red subterránea que le confieren sentido a la realidad social y cultural, un sistema de reglas anterior a la formación del sujeto. Los elementos que condicionan la cultura se engendran desde otros parámetros. El sentir de la identidad y la constitución del sujeto dependen de un orden que rige desde otro plano.

Foucault en la Historia de la sexualidad había defendido que con la noción de “sexo” se había logrado establecer una unidad artificial en la que se agrupaban realidades absolutamente distintas de campos diferentes, como funciones biológicas, comportamientos, sensaciones y placeres, pero que además se había logrado unificar un omnipresente referir para que funcionara como significante único y como significado universal. Con esta operación es como se ha conseguido establecer un sentido del género colonizador para construir la vida del sujeto, la totalidad de la existencia y el fondo de la identidad desde las pretendidas estructuras universales y homogéneas del sexo.

El sistema tradicional se ha basado en un modelo binario en el que todas las personas se ordenaban en función de los esquemas masculino/femenino, un modelo dualista que era asimétrico, jerárquico y excluyente, porque todas las personas que no encajen en el esquema son excluidas del sistema. Las sociedades occidentales han construido un fundamento sólido de la cultura en la que la identidad sexual se establece en función de los genitales; y, a la inversa, el género determina la naturaleza de los genitales. El modelo cultural y la ideología de sexo y genero constituyen identidades monolíticas en torno a principios generalizados como hombre y mujer, sujeto masculino y femenino, el pene y la vagina, el que penetra y la que es penetrada, los genitales normales frente a los genitales ambiguos.

El sistema binario con sus categorías cerradas, estables y rígidas constituyen un dique para ponerle frenos a la diversidad. Hay un sistema de normas, inconsciente, inadvertido, patriarcal, heteronormativo, cisnormativo, que ordena la acción, domina a las personas, configura las mentes, establece el marco de las identidades, los roles de género y el marco del conocimiento de la biomedicina.

Por debajo de la conciencia, los discursos de la religión, la moral, las creencias en forma de una ideología de género anteceden las construcciones artificiales de las interpretaciones, de los medios de comunicación, del cine, los anuncios, la publicidad, la moral imbuida desde los primeros años de vida en el aprendizaje de los roles. Todas estas precondiciones favorecen el establecimiento de los caminos que representan las vías estereotipadas en las narraciones, los discursos, los cuentos infantiles, la literatura y el arte, la forma de percibir la realidad y de interpretarla.

Al hablar de sexo se hace de las categorías que ordenan los cuerpos y las personas. Cuando se habla de sexo se suele hacer de las características biológicas y fisiológicas atribuidas a los individuos de una especie animal que los caracteriza como machos y hembras y de la especie humana que los caracteriza como hombres y mujeres suponiendo que son categorías naturales. Mientras que el género queda referido a las diferencias sociales y culturales. La manera de funcionar el sistema es suponiendo que la base de la oposición hombre y muer, heterosexualidad y homosexualidad constituye un esquema básico de valor universal, como si los mecanismos de la procreación, el instinto maternal y las condiciones del sexo fueran la expresión desnuda de la naturaleza.

La multiplicidad de las familias guarda una correlación estrecha con los límites de la oposición hombre/mujer, heterosexualidad/homosexualidad. Los roles de género no tienen que guardar ninguna relación estrecha con una naturaleza biológica del sexo, sino que dependen de estructuras sometidas al proceso histórico y cultural, que cambian y se transforman con el devenir temporal. Además, son estructuras de poder que controlan y castigan, que imponen sus condiciones y que obligan a adecuarse a ellas. El matrimonio heterosexual no elimina la posibilidad de que la mujer no tenga relaciones lésbicas. Hay varias culturas en que las familias se organizan en torno a matrimonio entre mujeres.

El sistema de ordenación binario necesita imponer los cauces del sistema. La fortaleza de la norma produce la interiorización de la culpa y la exclusión, la creación de un contorno de rechazo y una cárcel interior. La intervención de la medicina va encaminada a reducir la variedad sexual a los esquemas del binario masculino/femenino porque, como dice Fausto-Sterling, “los médicos están cegados por la propia convicción de que todo el mundo es o varón o mujer”.

El sistema de dominio no queda restringido al nivel de la ideología y las creencias. Es bastante más radical. Se trata de expulsar de la sociedad a todas las personas que muestren algún rasgo que suponga la diferencia, pero además no se duda en la posibilidad de eliminar de una forma física las diferencias, recurrir a la cirugía para que desaparezcan los genitales ambiguos, para reducir el sexo a las dos categorías del binario hombre/mujer. Cheryl Chase, una mujer intersexual que sufrió la mutilación, escribe: “La mutilación de los genitales intersexuales se convierte así en otro mecanismo oculto de imposición de la normalidad sobre la carne insumisa, una forma de contener ls anarquía potencial de los deseos y de las identificaciones dentro de estructuras opresivas heteronormativas”. Y un poco más adelante añade: “Estas intervenciones médicas transforman muchos cuerpos transgresores en otros que pueden ser etiquetados de forma segura como mujeres, y por tanto sometidos a las múltiples formas de control social a las que deben responder las mujeres”. Lo que resulta necesario es reconocer que la medicina no interviene a los niños porque exista un problema para su salud, sino porque sus genitales son una amenaza para la sociedad y la cultura en que viven.

A las hombres gais y las mujeres lesbianas, a las personas intersexuales y asexuales, a todos los que han nacido y crecido en un entrono social que no reconoce su identidad tienen que soportar un ambiente hostil, la confrontación del ideal social y de la identidad sentida en la vida privada.

El deseo y el cuerpo de las personas transexuales e intersexuales se convierten en auténticos campos de batalla en que se confrontan las frustraciones, las resistencias, la esperanza y la represión, la destrucción de la identidad y el odio hacia sí mismo.

Es evidente que el hombre y la mujer, relacionándose en términos de heterosexualidad, constituyen una de las bases más importantes de la familia y uno de los núcleos fundamentales de la formación de las identidades. Pero en las sociedades modernas se ha producido, como dice Anthony Giddens, una transformación de la intimidad. Ninguno de los puntos del marco social y cultural funcionan. Hay una cierta desorientación en cuanto a la forma de amar y reconocer el propio sexo, una dificultad a la hora de interpretar las distintas identidades y maneras de identificarse, de saber qué se entiende por hombre, qué se entiende por mujer, e incluso si existen identidades que no se adapten a la división esquemática y estereotipada de hombre y mujer.