BlogEn el orden complejo del pensamiento

Los límites del modelo patriarcal de la mujer

EN LOS LÍMITES DEL MODELO PATRIARCAL DE LA MUJER

 

El sistema de ordenación del sexo y el género responde a un modelo dualista y binario en que los roles sexuales y de género van íntimamente unidos a la oposición del hombre y la mujer. El núcleo fundamental de esta oposición está constituido en torno a la neutralidad de una zona central, a partir de la que se marca como positivo y dominante el valor de uno de los polos y se determina la negatividad y la inferioridad del otro. En la matriz de la organización asimétrica desde la que se ordena la oposición de géneros se establece lo masculino como un valor neutro, universal y de carga positiva, mientras que lo femenino aparece solo como una marca específica de diferenciación con respecto a lo masculino, como la carencia de realidad, alguien que no tiene u a entidad real ni una identidad positiva. En el marco de este modelo se han encarnado los valores de lo humano en el hombre como un ser activo y creador, mientras que la mujer aparece referida al hombre, como un ser especular, y queda relegada a lo otro, como un ser desposeído; se identifica como positivo al hombre y la masculinidad, pero queda como lo negativo de la pasividad lo femenino. El propio modelo de modernización de Europa es masculino, como dice Alain Touraine en El paradigma perdido, porque se basa en el modelo del hombre conquistador e innovador, frente a la mujer dedicada exclusivamente a la reproducción. Por tanto, aunque sea adorada y glorificada en el arte y en la poesía, siempre ha estado fuera del control y de las decisiones fundamentales de la historia.

En este modelo excluyente fuente de arbitrariedad e injusticias, en el que se oponen el hombre y la mujer, y en el que se entiende la identidad de la mujer como madre, ama de casa, administradora y compañera sexual complaciente, han incidido grandes pensadores de distintas épocas. Santo Tomás de Aquino admitía que no habría existido orden en la familia si no hubiera existido el gobierno del más sabio. Es decir, la mujer se ha de someter de forma natural al dominio del hombre porque solo en este predomina la discreción de la razón. La mujer, que es rica en emociones, se desvela como inestable emocionalmente y un ser irracional. Un gran biólogo como Charles Darwin también creía que el hombre, además de ser más fuerte que la mujer, tenía una inteligencia superior por la necesidad de competir para tener pareja, cazar para alimentar a la prole y defender al grupo. El psicoanálisis identificaba a la mujer con la envidia del pene, intentaba definirla por lo que no tenía y, en consecuencia, la asimilaba a la castración de un ser pasivo, narcisista y masoquista.

Caso aparte supone Ortega y Gasset. En el Epílogo escrito a un libro de Victoria Ocampo, De Francesca a Beatrice, se plantea la necesidad de exponer su pensamiento sobre la alta misión biológica que la historia había encomendado a la “hembra humana”, un claro ejemplo de pensamiento reaccionario que no desborda los límites de la familia patriarcal y del tiempo que le tocó vivir. En el marco del binarismo, el hombre está destinado a hacer, fabricar, luchar, mientras que la misión de la mujer consiste solo en exigir la perfección del varón, en despertar las ambiciones, los proyectos y las ideas en el corazón del hombre. Lo interesante de esta incursión gratuita radica precisamente en haber expresado con una claridad cruel los límites que se le imponían a la mujer. Su misión ha de restringirse al encantamiento, la ilusión y el estímulo que ha de generar en el hombre. El eterno femenino está constituido por la irracionalidad. Su poder no reside en el saber, sino en el sentir; no en ser doctora ni en votar, sino en despertar el deseo y en exigir la perfección del hombre que la ha de amar. Con el estilo brillante, la retórica florida y el pensamiento exuberante esconde su ceguera, creyendo que son las feministas, a las que hace referencia expresa en este escrito, las que esconden su ignorancia y no logran comprender la forma en que las mujeres pueden cambiar la historia: “Es increíble que haya mentes lo bastante ciegas para admitir que pueda la mujer  influir en la historia mediante el voto electoral y el grado de doctor universitario tanto como influye por esta su mágica potencia de ilusión”.

Monique Wittig acertaba al considerar que la historia había convertido al hombre en un ser social, mientras que a las mujeres las creía seres naturales y las destinaba a la esfera de lo doméstico. El modelo de la mujer ama de casa, amante solícita e incitante, ociosa y pasiva, a pesar de su posible prestigio, no es muy favorable para la mujer y debería desaparecer con el tiempo. Cada vez hay más mujeres que han decidido tener hijos sin necesidad de unir sus vidas y tener que compartirlas con los hombres. Las mujeres han asumido muchas de las tareas que estaban destinadas solo y exclusivamente a los varones. Ahora, tenemos la certeza de que no existen atributos ni cualidades estables que diferencien al hombre de la mujer; que no hay una naturaleza fija; que cada una de las cualidades que se podría atribuir al hombre o a la mujer podría ser intercambiable.

El modelo binario de la sexualidad y del género, además de causar los problemas que hemos esbozado a partir de la distinción hombre/mujer, ha provocado que se considerara la homosexualidad como un trastorno mental y que la intersexualidad y la transexualidad se asumieran como trastornos biológicos y trastornos de la identidad de género. Es decir, que solo en España se condena al ostracismo de la patología de su identidad o a la existencia oscura e invisible a una cantidad increíble de personas, de gais y lesbianas, que pueden rondar entre el millón seiscientas mil y los cuatro millones. Y a la patología y a la vida infame a una cantidad aproximada de unas cuarenta mil personas transexuales, así como a una cantidad indeterminada de personas intersexuales.

Luce Irigaray reconocía que el sistema patriarcal, al restringir el discurso, el lenguaje y el pensamiento al polo masculino había reducido y empobrecido de forma drástica la identidad de la mujer y la propia identidad sexual del ser humano. Es en el centro del modelo dualista donde se han establecido las marcas de distinción entre lo masculino y lo femenino, y la superioridad del hombre sobre la mujer. En función de esto, había lanzado la propuesta de reconocer las diferencias y la igualdad de los hombres y las mujeres, de establecer una legislación universal en base a la igualdad de los dos sexos y que esta se convirtiera en la base de la cultura humana. En el fondo de esta polémica se mantienen las reivindicaciones de la mujer y la necesidad de la formación del sujeto femenino. Sin embargo, precisamente porque en el seno del modelo dualista y patriarcal se han establecido las relaciones y diferencias entre el hombre y la mujer, es por lo que algunas feministas han rechazado el feminismo de las diferencias.

Los distintos movimientos feministas han logrado desplazar la contraposición dualista que generaba todos los estereotipos del hombre y la mujer, de la procreación y la heterosexualidad como los ejes ordenadores de la identidad sexual. No es relevante establecer fronteras precisas entre los dos sexos y los dos géneros porque los límites entre ambos son borrosos, ambiguos y porque entre ellos ha florecido la incertidumbre, porque no responden a los esquemas rígidos ni a los modelos estables y esencialistas. Es más, el material etnográfico disponible nos permite pensar que hay una cierta variedad de hombres y de mujeres heterosexuales, de hombres gais, mujeres lesbianas, personas bisexuales, intersexuales y transexuales, e incluso que hay una cierta continuidad entre ellos, un continuum que permite la maleabilidad y la movilidad, un sistema complejo  que alcanza el desorden de la multiplicidad, de la heterogeneidad y la diversidad, de la organización que Gilles Deleuze y Felix Guattari denominaban nómada. Los marcadores del nuevo orden sexual y de género son la mescolanza y la hibridación, el haber perdido los puntos claros de referencia, los cauces establecidos, las pautas precisas y las diferencias biológicamente determinadas. Ahora son la continuidad y la fluidez las que operan y desde las que se establecen distintas formas de ser hombre, de ser mujer, distintos tipos de personas gais y lesbianas, el establecimiento de un arco de continuidad de las personas intersexuales y una variedad indeterminada de personas transexuales.

Es necesario reconocer como punto de partida que la naturaleza humana no se divide solo en los dos sexos necesarios para la reproducción; es necesario pensar que la identidad de la mujer, la sexualidad y el género, la homosexualidad, la intersexualidad, la transexualidad y el transgénero no funcionan desde el marco de un modelo dualista, sino dentro de un modelo pluralista y de múltiples dimensiones que garantiza la fluidez y la movilidad y, sobre todo, que desplaza el modelo y abre distintas posibilidades de ser hombre y de ser mujer o de ni ser hombre ni ser mujer.